Friday 8 May, 2009

SWINE FLU - GRIPE SUINA

An Outbreak of Opportunism

By John M. Ackerman
Posted Monday, April 27, 2009, at 4:09 PM ET

Link to internet version: http://www.slate.com/id/2217017/

The Mexican government's initial reaction to the outbreak of swine flu does not inspire confidence. Practically speaking, its slow response has allowed the disease to spin out of control, leading to up to 100 deaths in Mexico and 20 cases of infection in the United States. From a political standpoint, Mexican President Felipe Calderón appears to be using the outbreak to consolidate his power.

New influenza cases started appearing in Mexico City on March 18. The first death occurred April 12. But the government dragged its feet, hoping that this was an isolated case. As deaths mounted over the following days, the Calderón administration refused to take decisive action.

It wasn't until half a dozen cases were discovered in the United States that the Mexican authorities sent mucus samples to Canadian and U.S. laboratories for testing. The lab results immediately sent alarm throughout Mexico and the world. But almost a month had been lost.

A more fundamental cause of the late response is the terrible state of Mexico's public health system. Due to years of neglect by the government, the poorest patients normally need to wait for hours or even days to see a doctor. Medicines are scarce. The largest network of public hospitals recently won an "award" as the government agenc! y with the most useless red tape.

A large percentage of the poorest Mexicans therefore do not even bother to go to the doctor when they feel sick. It is more effective to self-prescribe antibiotics or anti-virals, which are easily available over the counter at pharmacies. This leads to serious problems with early detection of new diseases.. To make matters worse, Mexican labs do not have the profiling data needed to detect many new viruses.

Calderón has acted with determination by closing schools and canceling public events in recent days. But such actions come late. He could have significantly reduced the severity of the outbreak if he had given priority to public health care from the beginning of his administration and responded effectively at the first signs of alarm.

In addition, Calderón has used the health crisis to concentrate political power in his hands. On Saturday, he issued a decree that places the entire country under a state of emergency.! He has authorized his health secretary to inspect and seize any perso n or possessions, set up check points, enter any building or house, ignore procurement rules, break up public gatherings, and close down entertainment venues. The decree states that this situation will continue "for as long as the emergency lasts."

This action violates the Mexican Constitution, which normally requires the government to obtain a formal judicial order before violating citizens' civil liberties. Even when combating a "grave threat" to society, the president is constitutionally required to get congressional approval for any suspension of basic rights. There are no exceptions to this requirement.

Congressional consent provides a key element in the system of checks and balances. Otherwise, "states of emergency" turn into excuses for the long-term rollback of democratic freedoms and civil liberties. The response to the events of Sept. 11, 2001, led to the dangerous erosion of fundamental guarantees throughout the world, including the rights to privacy,! movement, association, and a fair trial. In Latin America, there is a long history of using states of emergency as ploys to justify military action and a return to authoritarianism. This has happened most recently in Peru, Ecuador, and Colombia.

Calderón has already moved in this direction in his fight against the drug cartels. Without the consent of Congress, he has placed the military in charge of law enforcement, set up illegal checkpoints throughout the country, and established a de facto state of emergency in cities such as Ciudad Juárez. His response to the flu epidemic only exacerbates this authoritarian tendency.

Indeed, it appears that Calderón is now seeking to consolidate his break with the fundamental principles of liberal constitutionalism and the separation of powers. This past Thursday, Calderón presented a bill to Congress that would allow him to declare a state of emergency at any time without its consent. If approved, the bill would allow! the National Security Council, made up of presidential appointees, to grant broad powers to the military and to suspend basic civil liberties in all or parts of the country at the president's request. This council would have the power to continue the emergency for as long as it wants.

Such a law would deal a body blow to Mexican democracy. Calderón would have no trouble gaining the overwhelming support of Congress to his important emergency measures against the swine flu. But he should not be allowed to use this emergency as an excuse to undermine Mexico's democratic institutions or ignore the deeper causes of the present health crisis.

John M. Ackerman is a professor at the Institute for Legal Research of the National Autonomous University of Mexico, editor-in-chief of the Mexican Law Review, and a columnist for Proceso magazine and La Jornada newspaper.




http://proceso.com.mx/opinion_articulo.php?articulo=68396

ABONO PARA EL GOLPISMO

JOHN M. ACKERMAN

La iniciativa de reforma a la Ley de Seguridad Nacional que Felipe Calderón presentó ante el Senado la semana pasada prepara el terreno nada menos que para un eventual golpe de Estado. No contento con haber violado la Constitución al poner a las Fuerzas Armadas a cargo de labores de seguridad pública e imponer, de facto, un estado de excepción a lo largo del país, hoy el jefe del Ejecutivo busca legalizar estas prácticas y arrogarse poderes discrecionales para, de forma unilateral, suspender a su antojo las garantías básicas de los ciudadanos. La médula de nuestro sistema democrático está en riesgo.
La iniciativa busca dotar al Consejo de Seguridad Nacional, una instancia conformada exclusivamente por subordinados de Calderón, con la facultad de declarar formalmente la existencia de “una afectación a la seguridad interior”. Con un pronunciamiento de esta naturaleza las Fuerzas Armadas podrían intervenir en una amplia diversidad de ámbitos de la vida pública, lo cual también implicaría la suspensión de garantías básicas como la libertad de expresión, de asociación y de libre tránsito, y hasta de nuestro derecho al debido proceso. Las modificaciones a la ley también permitirían la intervención indiscriminada de las comunicaciones privadas por parte del Poder Ejecutivo con el fin de asegurar la “seguridad” y la “paz” nacional.
En la actualidad, el artículo 29 de la Constitución permite la declaración temporal de un estado de excepción únicamente frente a casos de “perturbación grave de la paz pública” y en todo momento con el aval del Poder Legislativo. Al obligar al Ejecutivo a recibir autorización de los senadores y diputados se asegura que el presidente no tome a la ligera la eventual suspensión de nuestros derechos.
Sin embargo, hoy mismo ya existe un estado de excepción de facto en Ciudad Juárez y otros sitios que viola de manera cotidiana los derechos fundamentales de la población sin que el Congreso de la Unión lo haya autorizado en ningún momento. Un ejemplo destacado de esta situación son los retenes establecidos a lo largo y ancho del país, que violan abiertamente los artículos 11 y 16 de la Carta Magna. El artículo 11 protege el derecho al libre tránsito y señala que “todo hombre (sic) tiene derecho para… viajar por su territorio y mudar de residencia, sin necesidad de carta de seguridad, pasaporte, salvoconducto u otros requisitos semejantes”. El artículo 16 indica que “nadie puede ser molestado en su persona, familia, domicilio, papeles o posesiones, sino en virtud de mandamiento escrito de la autoridad competente, que funde y motive la causa legal del procedimiento”.
De acuerdo con nuestra ley fundamental, Calderón estaría obligado a regresar las Fuerzas Armadas a sus cuarteles, o bien a solicitar una autorización formal al Congreso de la Unión para mantener estas ilegales e ilegítimas prácticas. Esto ya ha sido señalado en numerosas ocasiones por juristas de la talla del doctor Diego Valadés. Pero en lugar de escoger una de estas dos opciones, Calderón busca la salida fácil de presentar una iniciativa orientada a “normalizar” tan ominosas prácticas anticonstitucionales sin tener que recurrir al procedimiento establecido en el artículo 29 de la Carta Magna.
La propuesta también busca legalizar la práctica anticonstitucional de encargar la seguridad pública a las fuerzas militares. El artículo 129 señala tajantemente que “en tiempo de paz, ninguna autoridad militar puede ejercer más funciones que las que tengan exacta conexión con la disciplina militar”. Es cierto que existen otros artículos de la Constitución (el 89, por ejemplo) que abren la puerta para la eventual participación de las Fuerzas Armadas en actividades de auxilio a las autoridades civiles, por ejemplo en el caso de desastres naturales, actividades de reforestación o el resguardo de instalaciones de Petróleos Mexicanos.
Sin embargo, el artículo 129 prohíbe de manera tajante que las Fuerzas Armadas suplan o tomen el lugar de las autoridades civiles. La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) ha sido muy clara al respecto y con mucha razón. De lo contrario, se empezarían a desmoronar los pilares mismos de nuestro sistema democrático al permitir que una autoridad civil pueda ser desplazada por una autoridad castrense.
En la exposición de motivos de su iniciativa, Calderón cita de manera engañosa una jurisprudencia de la SCJN en la materia (Ejército, Armada y Fuerza Aérea. Su participación en auxilio de las autoridades civiles es constitucional –interpretación del artículo 129 de la Constitución– Tesis de Jurisprudencia 38/2000). De acuerdo con el titular del Ejecutivo, esta tesis permitiría que las fuerzas militares se encargaran de labores de seguridad pública. Sin embargo, una lectura cuidadosa tanto del texto de la jurisprudencia como de la ejecutoria revela que la Corte únicamente permite el auxilio de las autoridades civiles por los militares, nunca su sustitución.
La iniciativa de reformas a la Ley de Seguridad Nacional de Felipe Calderón es a todas luces desproporcionada y emula de forma lamentable a George W. Bush en su “guerra contra el terrorismo”. Con el pretexto de combatir al narcotráfico y garantizar la seguridad pública, Calderón busca adjudicarse cada día mayores facultades unilaterales y discrecionales, así como debilitar al Congreso de la Unión para coronar su sueño de una presidencia dictatorial. Habría que hacer un enérgico llamado a nuestros representantes populares para que detengan a tiempo este torpe intento de minar los cimientos del estado de derecho y el sistema democrático en el país.

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